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viejo amigo. Alteza. Toma, Padre. Toma mi brazo. Creo que es hora de que me vaya. Eso basta en cuanto a la gloria de Roma. Una batalla magnífica. Tres de nuestras legiones contra miles de ellos. ¿Aún sigues vivo? Aún. Los dioses deben de tener humor. Los dioses deben de amarte. Valerio. ¿Vuelves al cuartel, general? ¿O a Roma? A casa. Mi esposa, mi hijo, la cosecha. Máximo el agricultor. Aún me cuesta imaginarlo. Ya sabes, la tierra se limpia más fácil que la sangre, Quinto. Aquí está. Alteza. Senador Gayo, senador Falco. Cuidado con Gayo. Te dirá palabras melifluas y un día amanecerás diciendo sólo: “República, república”. ¿Por qué no? Roma fue fundada como república. Sí, y en una república, el Senado es el que manda. Claro que el senador Gayo no está influenciado por eso. ¿De qué lado estás? ¿Del emperador o del senado? El soldado tiene la ventaja de poder mirar a los ojos a su enemigo, senador. Pues, con un ejército detrás de ti, podrías ser un gran político. Te lo advertí. Ahora te salvaré. Senadores. Máximo. Necesitaré buenos hombres como tú. ¿Cómo puedo servirle, Alteza? Eres un hombre que sabe qué significa mandar. Ordenas, las órdenes se obedecen y la batalla se gana. Pero estos senadores traman, riñen, adulan y engañan. Debemos salvar a Roma de los políticos, amigo. ¿Puedo contar contigo, cuando llegue el momento? Alteza, pretendo volver a casa cuando su padre me releve. ¿A casa? Pues, nadie se lo merece más. No te pongas demasiado cómodo. Puedo convocarte en poco tiempo. Lucilla está aquí. ¿Lo sabías? No te ha olvidado. Y ahora eres el gran hombre. Si sólo hubieras nacido hombre. Qué gran César habrías sido. Padre. Habrías sido fuerte. Me pregunto si habrías sido ecuánime. Habría sido según tus enseñanzas. ¿Cómo estuvo tu viaje? Fue largo. Incómodo. ¿A qué he venido? Necesito tu ayuda. Con tu hermano. Por supuesto. Te ama. Siempre te ha amado. Y ahora te necesitará más que nunca. Basta de política. Finjamos que eres una hija cariñosa y yo un buen padre. Qué ficción agradable, ¿no? Buen día, general.